Brasil, país diverso, vasto y muy poblado, en el que la disponibilidad de atención médica es muy desigual, fue el segundo país más afectado por el COVID-19 en el mundo en 2020. A finales de año, habían muerto casi 200.000 personas a causa de la enfermedad. Cientos de trabajadores de MSF, la mayoría brasileños, respondieron a la crisis.
Han pasado casi 30 años desde que MSF llegó por primera vez a Brasil para responder a un brote de cólera en la región amazónica. Desde entonces, hemos brindado apoyo por todo el país a comunidades indígenas, a migrantes, a habitantes de barrios sin recursos y a víctimas de catástrofes socioambientales.
En 2020, desarrollamos proyectos en siete estados: São Paulo, Río de Janeiro, Amazonas, Roraima, Mato Grosso del Sur, Mato Grosso y Goiás. Dentro de nuestra intensa actividad en el terreno, trabajamos en la promoción de la salud, centrada en la importancia de las medidas de higiene y distancia física. Desafortunadamente, hubo cierta descoordinación (cuando no antagonismo) entre algunos funcionarios del Gobierno, lo que comprometió el cumplimiento de las medidas necesarias para frenar la propagación de la enfermedad y acabó socavando nuestras iniciativas.
El primer caso de COVID-19 se reportó el 26 de febrero en la ciudad de São Paulo. Al principio, afectó a las zonas más prósperas, pero no pasó mucho tiempo antes de que se extendiera a los barrios más pobres de las grandes ciudades. Las personas vulnerables de las regiones urbanas fueron el foco inicial de las actividades de MSF, que comenzaron el 1 de abril en São Paulo.
Brasil tiene un sistema de salud pública universal, conocido como SUS, que ofrece atención gratuita en todos los niveles. Sin embargo, colectivos vulnerables como personas sin hogar, consumidores de drogas, migrantes, refugiados, comunidades indígenas y reclusos de cárceles y centros de detención tienen poco acceso al SUS y la pandemia supuso un fuerte impacto. Por este motivo, MSF decidió priorizar a estos grupos y se concentró inicialmente en las personas sin hogar en São Paulo y, poco después, en Río de Janeiro.
Con la presión asistencial en aumento, comenzamos a trabajar en centros de aislamiento de la zona central de São Paulo. Estas instalaciones, administradas por las autoridades locales y en parte con personal de MSF, ofrecían a personas sin hogar contagiadas un lugar seguro para quedarse mientras se recuperaban.
Después, desplegamos un equipo para fortalecer la capacidad de tratamiento de pacientes críticos en la unidad de cuidados intensivos del hospital Tide Setúbal, situado en la periferia este de la ciudad. Además, realizamos una labor integral de promoción de la salud, rastreo de contactos y pruebas de diagnóstico en los barrios de Jardim Keralux y Jardim Lapena, desde donde derivábamos a centros de salud u hospitales a los pacientes que lo necesitaran. Posteriormente, lanzamos un proyecto de cuidados paliativos en el mismo hospital que se considera pionero, dada la naturaleza tabú del tema y la limitada disponibilidad de paliativos en la sanidad pública brasileña.
A medida que la pandemia se propagaba, comenzaron a aparecer signos de saturación del sistema de salud; los hospitales se llenaban y aumentaba la demanda de tratamientos más complejos que requerían cuidados intensivos. El primer lugar que experimentó los trágicos efectos del colapso de la sanidad fue Manaos, la capital del estado de Amazonas, que ya sufría por la falta de recursos médicos antes del COVID-19. A medida que aumentaban los casos en la ciudad, los hospitales no podían hacer frente a la creciente demanda de camas en las ucis.
MSF aumentó la capacidad del sistema de salud y gestionó 48 camas para pacientes graves y críticos en el Hospital 28 de Agosto. Los equipos de MSF prestaron apoyo a los centros de salud en otros dos lugares del estado, Tefé y São Gabriel da Cachoeira, a varios días de viaje río arriba desde Manaos.
La crisis del COVID-19 también afectó a Roraima. MSF llevaba trabajando en este estado norteño desde 2018 para apoyar al frágil sistema de salud, que se ha visto aún más afectado por la llegada de una gran afluencia de migrantes venezolanos.
Mientras continuamos con nuestras actividades médicas y de salud mental habituales, comenzamos a detectar casos sospechosos y a llevar a cabo actividades de promoción de la salud en los puntos críticos para la comunidad migrante. Cuando la sanidad local colapsó, un equipo médico de MSF dotó de personal al hospital de campaña que había sido construido por las autoridades para ampliar la capacidad de atención a el COVID-19. Nuestro personal trató en las instalaciones tanto a migrantes como a la población local.
En el estado de Mato Grosso del Sur, llevamos a cabo actividades específicas dirigidas a la comunidad indígena, que incluyeron detección de casos, promoción de la salud y mejora del suministro de agua. También apoyamos al hospital regional de la ciudad de Aquidauana, fortaleciendo protocolos y medidas de prevención y control de infecciones.
En el mismo estado, brindamos asistencia médica en dos cárceles mixtas de la ciudad de Corumbá; este programa incluyó tanto a los presos como al personal. Además, capacitamos al personal de salud en los estados de Goiás y Mato Grosso.
A finales de 2020, continuamos controlando la evolución del virus. Regresamos a Tefé y São Gabriel da Cachoeira (Amazonas) tras el rápido aumento de casos y muertes. Aún no era posible vislumbrar un patrón claro para la trayectoria de la pandemia en Brasil, pero nos mantuvimos en alerta para responder a los cambios en la misma, mientras tratábamos de aplicar las experiencias adquiridas a lo largo del año.