«En mi país por ser trans me matan, la única oportunidad que tengo es Estados Unidos»

MSF continúa readaptando su trabajo para atender a migrantes y solicitantes de asilo en Matamoros y Reynosa, donde son vulnerables y no tienen la posibilidad de tomar las medidas principales para prevenir el COVID-19 y, por eso, están expuestos a contraer el virus.MSF/Arlette Blanco

Un grupo de mujeres transgénero sobrevive a orillas del río Bravo en Matamoros, México, como miles de solicitantes de asilo que esperan una respuesta. Ellas esperan conseguir asilo en Estados Unidos para huir de la discriminación y la violencia que se repite en sus vidas. Pero ante la emergencia del COVID-19, EE.UU. cerró la frontera.

Por Laura Panqueva Otálora, directora de comunicación de MSF en México y Centroamérica.

Es casi medio día y Marcela* juega con un niño de dos años en medio de las tiendas de campaña saturadas, en el campamento de solicitantes de asilo de Matamoros. Ella lleva un mes esperando en este asentamiento precario, al que llegó después de pasar largas y extenuantes semanas en los centros de detención de Donaldy Brownsville, Texas. 
 
A esta joven le gusta cuidar niños, así que algunas de las madres de las que se ha hecho amiga le dejan unas horas sus bebés, mientras se bañan o arreglan la carpa en la que duermen. Marcela es de El Salvador, como cientos de las personas que habitan en este campo, ubicado a pocos metros del muro que define uno de los puntos fronterizos más álgidos de Estados Unidos.  
 
Hace casi un año, alrededor de 2.000 personas se vieron forzadas a quedarse, esperando por una respuesta a su solicitud de asilo. La política del gobierno de EEUU, conocida en español como “Quédate en México”, obligó a miles y miles a regresar al país vecino para esperar su cita, en ciudades inseguras del estado de Tamaulipas, que no cuenta con ninguna infraestructura para dar albergue a esta población en movimiento, víctima de la violencia en sus países o durante la ruta por México. O las dos. 
 
Ahora, su situación se agrava aún más, porque con la emergencia del COVID-19, EE.UU. cerró la frontera y las personas esperan de manera indeterminada una respuesta. En medio de esta incertidumbre, otro problema se suma a su crítica situación: la amenaza de un virus que se propaga con facilidad y que necesita de medidas de protección que no pueden tomar, como el distanciamiento físico o mantenerse en casa, porque no cuentan con una.  
 
“Intento no pesar en el virus”, dice Marcela, mientras espera ser atendida por los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF), que trabajan dentro del campamento prestando atención médica primaria, psicológica y haciendo promoción de salud. Esta es una labor importante porque, aunque para la población que habita aquí es casi imposible tomar las recomendaciones, ya conocen de qué se trata la pandemia. 
 
Como muchas otras historias que se han escrito, Marcela, de 19 años, cruzó la frontera por la ciudad de Reynosa para alcanzar territorio estadounidense. Allí, cuenta, caminó durante varias horas. Se encontró a un niño que iba solo. Lo ayudó. Cuando llegaron a la carretera fue apresada por la guardia fronteriza.

“En McAllen me metieron a una celda con hombres, aún cuando les dije que yo no me sentía bien. Tuve una crisis y al tercer día un oficial me dijo que no podían hacer eso conmigo, así que me cambió a la celda de las mujeres. De allá me trasladaron a otra, donde de nuevo me pusieron con los hombres. En ese lugar no aguanté y aunque no sentía sueño, cuando me desperté ya no había nadie a mi alrededor. Creo que me desmayé”, recuerda esta mujer, que tuvo que salir de su país por la misma violencia y discriminación.

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Actividades de promoción de la salud en el campamento de solicitantes de asilo en Matamoros, México.

En otra celda se encontró con unas compañeras y juntas se abrazaron para soportar la temperatura extremadamente fría de este lugar sin camas ni servicios sanitarios, comúnmente conocido como “hielera”. Varias veces sufrieron rechazo y burlas, dice, hasta que las devolvieron a Matamoros. Sola y sin saber para dónde ir, llegó al campamento. “No tenía teléfono, ni dinero. Me metieron mucho miedo, hasta que la misma gente de acá me ayudó. Me encontré con otras compañeras y comenzamos a construir nuestra tienda juntas”.  
 
Son alrededor de unas 15 mujeres, que comparten un fogón para preparar sus alimentos, justo en el límite del río. Algunas han recurrido a los servicios de MSF para recibir atenciones psicológica y médica.

Ellas se han acercado y las hemos apoyado hablándoles y oyéndolas. También, a todas las personas que vienen, insistimos en que es importante tener una convivencia sana y les expresamos que pueden contar con nosotros para recibir atención en salud”, cuenta la psicóloga Patricia Betanzos.

Aunque Marcela todavía no se siente preparada para recibir atención en salud mental, dice que en algún momento la buscará. Hace poco falleció un familiar suyo en El Salvador y siente tristeza porque no puede regresar a su país. “Por ser trans me matan. La única posibilidad que tengo es llegar a Estados Unidos. Voy a esperar lo que tenga que esperar”.  
 
*El nombre se cambió para preservar la identidad de la persona.

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