Cinco años del éxodo rohingya: cómo vive la población apátrida más grande del mundo

Vista general del campo para personas rohinya refugiadas en Jamtoli, Cox´s Bazar, Bangladesh. Saikat Mojumder/MSF.

En 2017, miles de rohingya fueron asesinados en una campaña de violencia dirigida por militares en el estado de Rakhine, en Myanmar, que obligó a 700.000 personas a huir a Bangladesh para salvar sus vidas. Cinco años después, conviven con la desesperanza de un regreso seguro, digno y voluntario a su tierra natal. Hoy te compartimos cinco testimonios de personas rohingya refugiadas.

El 25 de agosto de 2017 las fuerzas de seguridad de Myanmar llevaron a cabo una brutal campaña de violencia contra los rohingya en el estado de Rakhine. En ella murieron miles de personas y más de 770.000 se vieron obligadas a abandonar sus hogares y cruzar a Bangladesh. Esta no fue la primera campaña dirigida contra los rohingya, pero sí la mayor. Desde nuestra organización documentamos, al menos, 6.700 muertes violentas entre los rohingya en menos de un mes en Myanmar. ​

Han pasado cinco años desde que los rohingyas huyeron de la última y mayor campaña de violencia selectiva contra ellos en Myanmar y 40 años desde que, en 1982, Myanmar les privó de su nacionalidad. Hoy, casi un millón de personas siguen viviendo en los mismos refugios de bambú superpoblados y temporales, dependiendo completamente de la ayuda y con pocas perspectivas de futuro. La población rohingya sigue siendo apátrida y no se le reconoce oficialmente como refugiados.

Cinco años después de la emergencia inicial, las necesidades humanitarias son enormes y abrumadoras, en términos de salud, agua y saneamiento, y protección. La gente sigue habitando en los mismos refugios de bambú (básicos y hacinados) y padeciendo restricciones de movimiento tanto dentro como fuera de los campos. Sin estatus legal y con un mínimo de derechos humanos básicos, sufren un acceso inadecuado incluso a los servicios más básicos. Su salud es susceptible de padecer enfermedades transmisibles y no transmisibles.

Los habitantes de los campos tienen un acceso muy limitado al empleo y la educación, lo que repercute en su salud mental y fomenta un sentimiento de desesperanza.

Nuestros equipos son testigos del impacto de las condiciones de los campos, congestionados e insalubres, en la salud física y mental de los refugiados rohingya. Recibimos un número cada vez mayor de personas que necesitan tratamiento para infecciones de la piel (en 2022, el número de casos de sarna es el más alto que hemos visto en más de tres años), o de enfermedades transmitidas por el agua y patologías crónicas como la diabetes y la hipertensión. Somos el mayor proveedor de atención psicológica y psiquiátrica a los refugiados rohingyas en los campos y, año tras año, hemos sido testigo del aumento del número de pacientes.

Los rohingya viven una difícil situación entre la persecución en Myanmar, el confinamiento en Bangladesh y el tráfico de personas y la explotación en Malasia y otros países de la región. La asistencia en Bangladesh, el único país que ha abierto sus fronteras y ha ofrecido refugio a los ya más de un millón de rohingya, es cada vez más insostenible.

Además, la atención internacional se ve atraída por otras crisis emergentes y la financiación de la respuesta es cada vez más difícil.

Tres generaciones de rohingya

Los rohingyas están atrapados en un estado de limbo temporal. Muchos quieren volver a Myanmar, a sus hogares, propiedades y tierras, pero este regreso debe hacerse a un entorno seguro, donde sus derechos y libertades estén garantizados.

Les compartimos emotivos relatos personales de cinco rohingya de distintas generaciones que ponen rostro a esta crisis y hablan sobre su pasado, presente y futuro. Representan las edades de 5, 15, 25, 45 y 65 años, juntos abarcan tres generaciones de rohingyas que viven en los campos. Todas estas personas son o han sido nuestros pacientes.

“Anhelo la paz”

Tayeba Begum es madre de seis hijos. Huyó de Myanmar en 2017 sin nada más que la ropa que llevaba puesta. A pesar de anhelar volver a su casa, dice que es difícil regresar a Myanmar sin saber si sus derechos estarán garantizados:

«Después de que comenzaran los asesinatos, no pudimos quedarnos más en Myanmar. Tuvimos que salvarnos. Los militares estaban asesinando brutalmente a los rohingya y quemando sus casas.

Incluso dos años antes de que nos fuéramos en 2017, los jóvenes estaban siendo secuestrados y torturados. En ese momento, mi hijo tenía miedo y se fue a la India. Él todavía está allí.

Cuando huí con mis bebés, cruzamos selvas y caminos embarrados bajo la lluvia torrencial para llegar a Bangladesh. El viaje fue difícil, especialmente con los niños. Tras llegar a la frontera, la gente descansaba donde podía, pero no había dónde refugiarse. Nos sentábamos en los arbustos o debajo de los árboles si llovía mucho, esperando ayuda.

Unos días después de nuestra llegada [a Cox’s Bazar], nos construyeron refugios de tela y bambú. Ahora, vivimos aquí en los campos de refugiados. Mis gemelos ya tienen cinco años. Han sido cinco años de vivir en apuros.

Tenemos refugio, pero más allá de eso, no tenemos mucho para nuestros hijos. Dependemos de la asistencia alimentaria y nos preocupamos de qué darles de comer y si es suficiente. Nos preocupamos por cómo vestirlos y cómo educarlos.

No puedo proporcionarles lo que necesitan porque no tengo dinero. A veces como menos de lo que debería porque en mi corazón quiero vender la comida extra para comprar algo a mis hijos.

A veces escucho de mi hijo en la India. Llama cada dos o tres meses. No tengo teléfono móvil y solo puedo hablar con él cuando llama al de otra persona. No lo he visto en años y lo extraño terriblemente a él y a mi hogar en Myanmar.

Anhelo la paz. Si alguna vez podemos volver a vivir en paz en Myanmar, volveremos. ¿Por qué no regresaríamos si se nos hace justicia y nos dan ciudadanía? ¿No es también nuestra patria? Pero ¿cómo podemos regresar si nuestros derechos no están garantizados? ¿Dónde viviremos, ya que nuestras casas han sido destruidas? ¿Cómo podemos regresar si nuestros hijos pueden ser arrebatados y asesinados?».

Familia rohingya en un campo para refugiados en Bangladesh

“Sueño con ser médico, pero no creo que se haga realidad”

Anwar, de 15 años, todavía recuerda claramente cómo huyó de Myanmar hace cinco años. En casa, era un buen estudiante de escuela, con sus propios sueños. Ahora está ansioso por cómo se desarrollará su vida:

«Recuerdo el momento en que me escapé de Myanmar con mi familia. Fue una tarde, cuando el Ejército atacó nuestro barrio y tuvimos que correr a una zona cercana. Cuando incendiaron nuestras casas, tuvimos que correr más. Sobrevivimos, pero muchos de los familiares y vecinos fueron asesinados.

Viajamos un largo camino para buscar seguridad. Recuerdo que fueron casi 12 días de correr y caminar antes de llegar a Bangladesh. Era peligroso: caminamos por caminos desconocidos, subimos colinas e incluso cruzamos agua. Vimos muchos cadáveres en el camino.

Yo era estudiante en la escuela cuando escapamos, así que cuando vine aquí mi educación fue interrumpida. Yo era un buen estudiante con notas altas. Me gusta aprender, pero ahora no puedo estudiar ni conseguir los libros que necesito.

En los campos de refugiados rohingya, solo se ofrece educación primaria, nada más. Nuestra educación está estancada donde la dejamos. La única oportunidad de aprender es cuando los maestros de nuestra comunidad reúnen a los niños rohingya para enseñarles. Nos enseñan de todo corazón.

Mi sueño era ser médico, ser útil a la comunidad. Desde mi infancia, he visto médicos ayudar a las personas y hacer lo mejor que pueden. Ahora entiendo que el sueño nunca se hará realidad. Aun así, me siento feliz cuando voy a clases y me encuentro con mis amigos. Intentamos ser felices mientras estudiamos y jugamos.

Nuestra vida en el campamento no es fácil. El incentivo que gana mi padre no es suficiente para mantener a mi familia. Y a veces, cuando vuelvo de la escuela por la noche, me siento inseguro.

Me gustaría dirigirme a jóvenes como yo de todo el mundo. Aprovechad la oportunidad que tenéis y aprended todo lo posible. Mis compañeros refugiados rohingya y yo no tenemos esa oportunidad”.

Adolescente rohingya refugiado en Bangladesh

“Me preocupo por mis hijos y por construirles un futuro”

Nabi Ullah, de 25 años, huyó a Bangladesh con su familia en 2017. No todos los miembros del grupo con el que escaparon sobrevivieron al viaje. Ahora, cinco años después, Nabi Ullah y su esposa reflexionan sobre lo que se necesitaría para poder regresar a Myanmar:

“Cuando vino el Ejército [en 2017], me torturaron y me dejaron inconsciente. Mis vecinos fueron asesinados y quemados; otros desaparecieron. Le prendieron fuego a todo el barrio. Necesitábamos escapar. Empaqueté algunos medicamentos, reuní fuerzas y a mi familia, y me fui”.

Tengo un hijo y dos hijas. Mi hijo nació aquí, en el hospital de Médicos Sin Fronteras. Tiene 1 año y medio. Mis hijas nacieron en Myanmar. Mi esposa ahora está embarazada de otro hijo.

Dependemos de la asistencia alimentaria y luchamos para pagar otras cosas que necesitamos, como comprar ropa para los niños. Estamos en una situación desesperada.

Siempre estaremos agradecidos con el gobierno de Bangladesh por apoyarnos. Agradecer al gobierno nunca será suficiente por apoyar a tantas familias. Solo que queremos ir a casa. Siempre pienso en lo que nos ayudaría a volver a Myanmar.

Solo podemos regresar si el gobierno nos acepta como ciudadanos y nos devuelve nuestras casas, tierras y documentos. Queremos ir al lugar donde se garanticen nuestros derechos”.

Familia rohingya refugiada en Bangladesh

«Nuestros albergues siguen siendo tan temporales como cuando llegamos»

La noche antes de que Hashimulá, de 45 años, huyera de Myanmar, se despertó con el sonido de las balas. A la mañana siguiente, escapó. Cinco años después, desde su cama de hospital en nuestras instalaciones en Cox’s Bazar, sus vívidos recuerdos de las escenas de su huida le hacen preguntarse si alguna vez será lo suficientemente seguro como para regresar:

«Incluso antes de 2017, secuestraban a hombres, violaban a mujeres y los militares se llevaban nuestro ganado.

El día que huimos, una gran cantidad de personas se reunió en la frontera. La gente envió botes desde Bangladesh para que cruzáramos a un lugar seguro.

Éramos un grupo grande. Muchas personas se ahogaron en el mar camino a Bangladesh. Sobreviví al viaje y llegué a Shah Porir Dwip [una isla en el lado de la frontera con Bangladesh]. Desde allí, nos llevaron a Teknaf [en Cox’s Bazar] en vehículos proporcionados por el gobierno de Bangladesh y la gente local nos dio algo de comida y dinero.

Luego nos mudamos a Kutupalong, donde nos asignaron diferentes campamentos. Al principio, no teníamos ningún material para construir un refugio. Más tarde, el gobierno de Bangladesh nos dio materiales para los refugios y comenzamos a construirlos.

He estado aquí durante cinco años. Hace dos años, enfermé. Me sentía mareado y sentía molestias en el pecho. Perdí el conocimiento y me llevaron al hospital de Médicos Sin Fronteras en Kutupalong. El médico me dijo que había encontrado un bloqueo en mi corazón. Me sometí a tratamiento aquí durante 16 días y, finalmente, mejoré.

Estamos sufriendo muchas enfermedades aquí. Nuestros refugios siguen siendo los mismos refugios temporales que cuando llegamos: han soportado condiciones climáticas extremas. Realmente necesitamos más materiales de refugio, pero es difícil encontrar alguno con las restricciones de movimiento en los campamentos. Se colocaron cercas y no podemos movernos como antes.

El gobierno nos proporciona algunos alimentos y estamos agradecidos por las cosas que recibimos, pero a veces no es suficiente y tenemos que tratar de comprar pescado.

Incluso si nuestros corazones anhelan volver, ¿cómo podemos hacerlo si nuestra seguridad no está garantizada? Solo si el mundo decide que podemos ser repatriados [de forma segura], entonces iremos.

Mi única necesidad es el derecho a vivir con dignidad en Myanmar, como lo estamos haciendo aquí. Millones de rohingya quieren disfrutar de sus derechos y estar seguros en casa”.

Refugiado rohingya en el hospital de MSF en Kutupalong, Bangladesh

“Fuimos tratados como parias, y la privación paulatina se convirtió en persecución”

Mohamed Hussein trabajó como secretario civil en la oficina del Ministerio del Interior en Myanmar durante más de 38 años. En 1982, fue despojado de su ciudadanía debido a su etnia rohingya. Desde entonces, Razi ha visto erosionados sus derechos y libertades. Se vio obligado a huir a Bangladesh y ha estado en los campamentos durante cinco años:

“Después de lograr la independencia del dominio británico en 1948, el gobierno nos aceptó como ciudadanos. Si el padre de alguien había en Myanmar y el hijo también, ambos podrían ser reconocidos como ciudadanos. Las personas de todas las etnias disfrutaban de los mismos derechos. Nadie sufrió discriminación.

Todo esto cambió en 1978, cuando se llevó a cabo el censo Naga Min o ‘Rey Dragón’. El censo determinó quién era ciudadano de Myanmar y quién era de Bangladesh. Muchas personas fueron arrestadas por no tener los documentos apropiados. Temiendo por mi vida, hui. Más tarde, el gobierno de Myanmar nos llevó de nuevo. Hicieron un acuerdo con el gobierno de Bangladesh y nos prometieron que, si volvíamos, nuestros derechos estarían garantizados. Esta promesa no se cumplió. Las tierras fueron devueltas a sus dueños, pero nuestros derechos no fueron asegurados. Este fue el comienzo de nuestra opresión. Fuimos tratados como parias y la privación gradual se convirtió en persecución.

Las autoridades nos despojaron de nuestra ciudadanía [en Myanmar]. Bajo la Ley de Ciudadanía [1982], reconocieron categorías de etnicidad, y se anunciaron porcentajes de cada una. Esta categorización no había existido antes.

En ese momento, a pesar de quitarnos la ciudadanía, los rohingya todavía eran aceptados en el país como extranjeros. Diferentes regiones transmitían las noticias de las comunidades rohingya. Tras la toma militar, nuestro tiempo de transmisión por radio fue cancelado.

Si somos verdaderamente extranjeros, ¿por qué la antigua Constitución no nos reconocía como extranjeros?

Ya no se nos permitía continuar con la educación superior. Se impusieron restricciones de viaje y los militares nos acusaron de estar involucrados en un conflicto con los budistas. Reputados miembros de la comunidad rohingya fueron arrestados o multados debido a acusaciones de oprimir a los budistas. Se promulgaron toques de queda y, si se encontraba a alguien visitando otra casa, se le torturaba. Entonces, comenzamos a mantener la boca cerrada cuando algo sucedía en nuestra comunidad.

Cada año, se les ocurrían nuevas órdenes. Los que no las cumplían eran arrestados.

A pesar de todo esto, todavía podíamos votar. Elegimos diputados que participaron en las sesiones parlamentarias. Luego, en 2015, incluso nos quitaron el derecho al voto.

Nos sentimos menospreciados y estábamos preocupados. En el país donde vivían nuestros antepasados, ya no podíamos votar. Nuestros corazones se hundieron cuando nos llamaron intrusos. El trato injusto llegó al punto que tuvimos que huir.

Una mañana [en 2017] escuchamos disparos. [Entonces], fue un jueves por la noche; dispararon de verdad desde el puesto militar, cerca de nuestra casa. A la mañana siguiente, escuchamos que algunos rohingya habían sido asesinados.

Cuando llegamos aquí por primera vez, teníamos muchas esperanzas. Pero ahora nos sentimos atrapados. La vida se ha vuelto difícil. Mi corazón se siente inquieto por esto. Cada vez que salgo, [los guardias] me registran.

Me siento ansioso por nuestro futuro porque nuestros hijos no están siendo educados correctamente. Ya sea que se queden aquí o regresen a Myanmar, ¿qué harán sin educación? Pasamos muchas noches sin dormir pensando en esto.

Soy viejo ahora y moriré pronto. Me pregunto si veré mi patria antes de morir. Mi deseo es dar mi último aliento en Myanmar. No estoy seguro de que ese deseo se cumpla.

Ahora que nos han quitado todos nuestros derechos, no somos más que un cadáver ambulante. El mundo está hecho para que todos vivan. Hoy, no tenemos un país propio a pesar de ser humanos.

Le estoy diciendo al mundo: somos tan humanos como tú. Como nacimos como humanos, deseamos vivir una vida digna. Estamos pidiendo al mundo que nos ayude a vivir como humanos. Mi deseo es tener derechos y paz”.

Refugiado ronhingya de 65 años en Bangladesh

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