La increíble historia de supervivencia de una niña con meningitis y malaria cerebral en la frontera entre Sudán y Sudán del Sur

Michael Malley, pediatra en nuestro hospital en Agok.MSF.

Te compartimos el relato en primera persona de nuestro pediatra Michael Malley, quien, junto con un equipo de MSF, atendió a una niña que había llegado inconsciente a nuestro hospital en Agok, el único en millas, luego de caminar dos días junto con su familia.

El padre recostó cuidadosamente a la niña en la camilla de la sala de emergencias. Ella estaba inconsciente, apenas respiraba. El equipo médico comenzó a evaluarla inmediatamente. Era una pequeña niña de alrededor de ocho años. Dijeron que había tenido convulsiones.

Incluso antes de hacerle pruebas, todos pensamos lo mismo: malaria.

La malaria es una enfermedad endémica en esta región, y en todo el tiempo que trabajé como pediatra en el hospital de MSF de Agok, en el área administrativa de Abyei, entre Sudán y Sudán del Sur, era muy común para nosotros atender pacientes con malaria.

“Las convulsiones pueden ser mortales si no se detienen a tiempo”.

En la temporada de lluvias se forman charcos de agua estancada, el lugar perfecto para la reproducción de los mosquitos que transportan el parásito de la malaria y que infecta a tantas personas que tuvimos que armar tiendas como salas de atención.

Un cerebro a toda marcha

La familia de la niña había caminado durante dos días para llegar hasta nosotros. Ellos vivían en un área rural, y nuestro centro de atención era el único en millas.

Hicieron este largo viaje (tuvieron que pasar la noche en el suelo de una casa ajena hasta que hubo luz suficiente para comenzar a caminar nuevamente) porque la niña había estado en estado crítico y estaba desmejorando rápidamente, por al menos 48 horas.

Hospital de MSF en Agok. Muchos pacientes tienen que viajar largas distancias para llegar al hospital.

De alguna manera, una enfermera pudo ponerle una sonda y comenzamos a pasarle líquido, antibióticos fuertes y medicamentos fuertes para tratar la malaria y las convulsiones. La trasladamos a la unidad de cuidados intermedios, donde atendemos a los niños más enfermos.

Aunque el trabajo rápido del equipo de la sala de emergencias la había estabilizado, la niña seguía en estado de coma y seguía teniendo convulsiones.

Las convulsiones pueden ser mortales si no se detienen a tiempo.

Durante una convulsión, el cerebro funciona “a toda marcha” y no recibe suficiente oxígeno ni azúcar, lo cual puede causar daño cerebral. Otro peligro es que los niños pueden dejar de respirar con facilidad durante una convulsión, lo que puede derivar en las mismas consecuencias.

Eso significaba que teníamos que controlar las convulsiones.

¿Demasiado grave como para sobrevivir?

El equipo de cuidados intermedios hizo un trabajo fabuloso.

En el Reino Unido, de donde yo soy, esta niña habría sido trasladada a una unidad de cuidados intensivos, probablemente habría sido intubada y controlada con monitoreo electrónico. Le habrían hecho una tomografía computarizada y varios análisis de sangre para entender lo que le estaba sucediendo.

El equipo de Sudán del Sur no tenía acceso a nada de eso. Lo único que podía hacer era brindarle atención simple y estructurada.

La niña necesitaba muchos medicamentos a determinadas horas, y cada dosis se registraba cuidadosamente para poder llegar a un equilibrio. Necesitaba atención las 24 horas del día para garantizar que estuviera hidratada y se alimentara mediante una sonda hasta el estómago. Incluso cosas simples como su posición en la cama eran importantes para reducir la presión en la cabeza.

Aun así, no se despertaba.

“La esperanza es fundamental, es lo que nos permite seguir adelante en situaciones como esta. Todos intensificamos nuestros esfuerzos”.

Una punción lumbar confirmó que la niña tenía meningitis además de malaria cerebral.

Pensamos que, si para el día 14 seguía en coma, tendríamos que aceptar la posibilidad de que quizás podíamos perderla.

A veces tenemos que cambiar el enfoque de intentar salvar la vida de un paciente a tratar de que esté lo más cómodo posible si nos damos cuenta de que la enfermedad es demasiado grave como para que el paciente sobreviva por sí solo.

Llenos de esperanza

El día 13, la niña abrió los ojos.

De repente, volvimos a llenarnos de esperanza. La esperanza es fundamental, es lo que nos permite seguir adelante en situaciones como esta. Todos intensificamos nuestros esfuerzos.

Todo ese tiempo su familia había estado con ella. Habíamos tenido muchas conversaciones con su padre principalmente, en las que le explicamos que, incluso si se despiertan de un coma, no todos los niños sobreviven.

Es posible que algunos queden con niveles muy altos de discapacidad, mientras que otros, con atención y una familia que los apoye, pueden volver a tener un nivel de funcionamiento satisfactorio. La familia de la pequeña era inspiradora.

El hospital tiene un fisioterapeuta, lo cual es asombroso por ser un lugar tan remoto. Trabajó con ellos con verdadera compasión y destreza y les explicó cómo interactuar con su hija para estimular su cerebro y que comenzara a funcionar nuevamente.

Al principio, todavía estaba muy enferma y no podía moverse sola. El padre la sentaba en su regazo, le hablaba y le levantaba las manos como si estuviera saludando a las personas que estaban en la unidad. Su madre y su abuela también participaron.

Juntos hicieron más de lo que nosotros habríamos podido hacer.

Gradualmente comenzó a mover un poco los brazos y luego las piernas. Un día, entré a la unidad y encontré a su padre sosteniéndola mientras ella caminaba con las piernas derechas y firmes. Todas las demás familias sonreían al pasar.

Habían pasado menos de dos semanas desde que se había despertado del coma.

Un equipo de equipos

Mientras la miraba, pensaba en el equipo que había trabajado para que ella llegara a ese punto.

Equipo de MSF en el hospital de Agok

Había una familia que se había comprometido completamente. Había un equipo en la sala de emergencias, que le había brindado atención inicial vital. El personal diligente de la unidad de cuidados intermedios, que literalmente la había mantenido con vida día tras día.

También estaban los médicos, que trataron sus convulsiones; el personal de laboratorio, que identificó que la niña tenía meningitis y malaria; los asistentes nutricionales, que se encargaron de sus alimentaciones especiales; el fisioterapeuta, que trabajó en su movilidad, y el consejero, que brindó apoyo a la familia.

Y este trabajo directo no habría sido posible sin los expertos en logística, los administradores, los innumerables miembros del personal de apoyo y, por supuesto, los donantes, quienes hacen que todos estos pasos sean posibles.

Veintiocho días después de su llegada, la niña pudo regresar a casa con su familia. Estaba caminando, comiendo dulces, sonriendo.

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