«Todo estalló de manera repentina»: testimonios de las personas desplazadas en Etiopía

Un grupo de personas que huyó de sus hogares luego de la reciente violencia en el sur de Etiopía posa en frente de una casa donde encontraron refugio en la ciudad de Ewaabay, en la región de Orioma. Igor Barbero/MSF

Etiopía atraviesa varias crisis de desplazamiento que podrían empeorar debido a las continuas tensiones étnicas. Algunas de las personas desplazadas y trabajadores de Médicos Sin Fronteras (MSF) que estuvieron en las zonas afectadas cuentan sus testimonios.

“Mi bebé nació en medio de la violencia”

“Vine a Guji hace ocho años, justo antes de casarme con mi esposo, que también es de Gedeo. Cuando llegué, mi hermana ya vivía en la localidad de Ewaabay. Teníamos una vida aceptable. Vivíamos en paz y armonía con nuestros vecinos y cultivábamos café y falsa banana para ganar algo de dinero. Teníamos suficiente para vivir.

En mayo, después del inicio del conflicto, nuestra casa fue incendiada y destruida. Al principio marchamos a un campo para personas desplazadas. De vez en cuando conseguimos trabajo como jornaleros. La situación ha sido muy cambiante y volátil. A veces parece que las cosas van bien otra vez, otras veces empeoran. Hemos pasado hambre y no teníamos comida. Tuvimos que ir a Kercha, una población más grande, para obtener ayuda y provisiones. Ahora vivo con familiares en una casa con otras cinco personas.

Mi esposo se fue hace 15 días a una plantación de café a unos pocos kilómetros para trabajar en la cosecha y así poder mantener a nuestra familia. Mientras hacía la cosecha, sintió miedo y se trasladó a Gedeo. Estoy pensando en ir allí para unirme a él, pero no tengo nada, ni tampoco dinero. Si las cosas no mejoran, no habrá otra opción. Por suerte, mi bebé, que nació en medio de la violencia, está sano. Di a luz en el campo, sin asistencia médica pero con la ayuda de mi esposo».

«Tenemos que intentar ayudarnos de nuevo, como solíamos hacer»

“Mi padre, mi esposo y muchos de mis parientes son de Gedeo, pero nací en Guji y durante 12 años, desde que me casé, hemos vivido en este kebele, una especie de municipio. Solíamos cultivar varios productos y vender el grano de café después de cada cosecha. Tenemos burros para transportar cosas, pero principalmente para cargar agua, puesto que lleva hasta una hora llegar a la fuente de agua. Era yo quien solía ir solía ir a recogerla, pero ahora mi hijo mayor va a buscar el agua porque tengo que cuidar del bebé. Vine a la clínica móvil para que sea vacunado. También me siento algo débil debido a una gripe. Espero que los medicamentos que me han dado me hagan sentir mejor pronto.

Antes del conflicto, todos vivíamos juntos y las relaciones entre vecinos eran buenas, pero ahora se han roto algunos puentes. A menudo no me siento cómoda saliendo de casa sola. Tengo miedo porque algunas mujeres han sufrido violencia sexual. Algunos campos de cultivo fueron quemados y destruidos, y perdí mi cosecha. A veces siento desesperación. Me contrataron como jornalera para hacer café, pero me pagan muy poco dinero. También estamos alquilando algunas tierras y esperamos poder volver a cultivar. Estamos planeando cultivar trigo y cebada. Lo que más me gustaría es ser comerciante y vender pimienta y otros productos junto con mi esposo.

En la actualidad recibimos ayuda alimentaria de ONG y la atención médica ha sido útil. Tenemos que intentar ayudarnos de nuevo en la comunidad, como solíamos hacer, y compartir lo que tenemos. Teníamos buenos amigos y vecinos. A veces comíamos todos juntos, con libertad y sin tensión”.

“Al principio teníamos que trabajar lo más rápido posible”

“Las personas de diferentes grupos étnicos en esta región solían contraer matrimonios mixtos y sus comunidades vivían juntas. Pero entonces estalló la violencia. Junio ​​fue realmente el punto de inflexión en la localidad de Kercha, en Guji (en la región de Oromia en Etiopía). Recuerdo a un compañero con amplia experiencia en emergencias humanitarias que dijo en julio que esta era una de las peores situaciones que había visto en su vida.

Mucha gente estaba enferma y no tenía nada. Los niños sufrían de neumonía. El hospital estaba lleno. Teníamos que trabajar lo más rápido posible. En las primeras semanas del conflicto, las personas tomaron más de tres iglesias en Kercha para refugiarse allí. Los campos de desplazados estaban en un estado terrible. En agosto hicimos una campaña de vacunación masiva. Poco después, las autoridades comenzaron a llevar a la gente de regreso a las áreas de donde habían huido.

Para mí, lo más impresionante sobre la respuesta a la crisis ha sido el compromiso de los trabajadores de salud comunitarios, quienes consideraron que debían dar ejemplo a sus comunidades. Como resultado, estas personas se han ayudado y se han protegido. Este compromiso no queda reflejado en las estadísticas médicas.

Hoy uno todavía tiene la sensación de que un pequeño rumor puede hacer saltar chispas y llevar a las personas a cruzar una frontera nuevamente. Pero también veo a mucha gente haciendo esfuerzos para prevenir este tipo de situaciones.

En la primera fase de la crisis, muchas personas se refugiaron en campos para personas internamente desplazadas. Más tarde comenzaron a construir casas, incluso cuando solo tenían materiales muy básicos. Incluso en las peores situaciones, se pueden ver muchas cosas positivas«.

«Las personas que huyeron de sus hogares dijeron que no había ninguna advertencia»

“A principios de agosto, mientras conducíamos por pueblos y aldeas, hasta el 75 por ciento de las casas que vimos estaban dañadas. En algunas de ellas faltaban los techos de hojalata, otras no tenían las paredes de barro. También vimos hogares que ya no existían, donde todo lo que quedaba era una sombra en el suelo de una tierra más oscura que aún no había sido quemada por el sol. Eran los testigios de la gravedad e intensidad de las tensiones.

Hablé con muchas personas que habían huido de sus hogares. Algunos me dijeron que no hubo ningún tipo de advertencia. Aunque había habido algunos desencuentros y rumores durante las semanas previas, para ellos todo estalló de manera repentina. Una noche hubo conmoción, se despertaron y vecinos en quienes habían confiado durante años les estaban persiguiendo violentamente fuera de la ciudad. Muchos huyeron de noche, apurados, en ropa interior, sin zapatos, con solo sus hijos en sus brazos. Escuchamos testimonios que sugieren que un número significativo de personas perdieron la vida en las primeras etapas del conflicto.

La gente huyó por terreno montañoso, evitando caminos, evitando pueblos, porque ya no sabían en quiénes podían confiar. Llegaron a almacenes, escuelas, fábricas y no tenían nada, ni siquiera lo básico de agua y alimentos y carecían de atención médica. Eso es lo que vimos cuando llegamos por primera vez.

Hubo diferentes oleadas de violencia y desplazamiento. A veces la gente regresaba a casa para descubrir que su casa no era segura, que las condiciones no eran las adecuadas para permanecer allí, que todavía había animosidad entre ellos y sus vecinos, quienes los expulsaron, y así fueron desplazados nuevamente.

El contexto cambiaba constantemente, lo que hacía increíblemente difícil responder. Al comienzo del conflicto, la comunidad internacional sabía dónde estaban las personas y aproximadamente cuánta gente había. Al principio había decenas de campos o sitios; más tarde hubo cientos, si no miles. La gente estaba en lugares más remotos, por lo que eran más difíciles de alcanzar. Era muy complicado ofrecer ayuda solo en un sitio o zona, así que con el tiempo tuvimos que ayudar a las personas desplazadas en cientos de sitios».

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