“Nos da miedo hasta ofrecer un vaso de agua”: impactos de la violencia en las poblaciones del Pacífico colombiano

El recrudecimiento del conflicto armado en el departamento de Nariño está generando graves consecuencias humanitarias para miles de personas. En esta nota, compartimos un relato de nuestra intervención en un desplazamiento de más de 220 familias en el municipio de Olaya Herrera.

Por: Esteban Montaño Vásquez – MSF.

El 12 de marzo pasado, la escuela de La Herradura se convirtió en un refugio improvisado para más de 220 familias que llegaron huyendo de los combates entre los grupos armados que se disputan la subregión de Sanquianga, una maraña de ríos caudalosos y selvas que parecen infinitas en el corazón del Pacífico Nariñense. Con poco espacio, durmiendo en el piso y sin las mínimas condiciones de higiene, estas personas soportan el recrudecimiento de una guerra en la que son las principales perdedoras.

Uno de los salones de la escuela de La Herradura, en el que se refugian hasta 12 familias desplazadas por los combates en la región de Sanquianga. Marzo de 2021.

Para muchas de ellas no era el primer desplazamiento. Hace siete meses también pasaron por una situación parecida. Y también un año atrás. En el último tiempo, huir se ha convertido en una estrategia recurrente para salvar la vida en medio de una situación volátil e inestable. Los cambios en las dinámicas de la violencia en la zona han tenido como consecuencia mayores impactos humanitarios para la población. En el caso de los desplazamientos, una de las primeras afectaciones es la precarización de las condiciones de agua y saneamiento.

Durante los primeros días, las familias desplazadas en La Herradura no tuvieron acceso a agua potable. A falta de lluvias, para abastecerse se vieron obligados a recogerla directamente del río Saquianga, un afluente que recoge a su paso la contaminación y los desechos de varios ríos a su paso antes de depositarlos en el mar. Como resultado, niños, adultos y ancianos estaban bebiendo y bañándose con un líquido turbio color café.

El agua que estaban tomando las personas desplazadas en la escuela La Herradura. Marzo de 2021

Hasta la llegada de un equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF), el 17 de marzo, y de la unidad móvil del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, al día siguiente, ninguna otra entidad había acudido antes a La Herradura a brindar atención a la comunidad desplazada en la escuela. 

“Esto muestra un factor adicional de vulneración para estas poblaciones afectadas por el conflicto armado en el departamento: el abandono estatal”, afirma el líder del equipo de MSF que atendió la emergencia, “la falta de asistencia y acceso a mecanismos de protección para la ayuda humanitaria es algo que estamos constatando en los últimos tiempos de forma más recurrente. Se hace necesaria más ayuda, más inmediata y que cubran las necesidades existentes”. 

La intervención de la organización humanitaria consistió en la construcción de un sistema de captación de agua de lluvia y en la donación de filtros y tanques de almacenamiento de agua, con lo que en las primeras 48 horas se solucionó la parte más urgente. Sin embargo, en las actividades comunitarias con los psicólogos de MSF se hizo notoria una preocupación colectiva, una sensación de zozobra generalizada que ha erosionado los cimientos de estas poblaciones, fruto de la multiplicación y/o atomización de los grupos armados que se disputan la zona.

Cancha de la escuela La Herradura, en la que se refugian cientos de personas desplazadas por el recrudecimiento de la violencia. Marzo de 2021.

“Como ya no sabemos quién es el que manda en el territorio, nos da miedo hasta ofrecerle un vaso de agua a un desconocido porque qué tal lo acusen a uno después de estar ayudando a uno u otro grupo”, cuenta Josefina*, una de las mujeres desplazadas en la escuela de La Herradura. Esta desconfianza también es alimentada por las prohibiciones de las celebraciones y los ritos colectivos por parte de los armados, lo cual impide los espacios de comunicación e interacción comunitaria.

Luego, en el espacio familiar y personal, cada cual tiene que lidiar a su manera con los impactos de una violencia que se ha convertido en una presencia cotidiana. “La mayoría de personas nos cuentan que tienen pesadillas recurrentes, que en el día se sienten débiles y con mucha pensadera y un miedo permanente que se exacerba cuando escuchan los ruidos de los motores de las lanchas o están en la oscuridad”, explica uno de los psicólogos de MSF.

“Para nosotros esas sesiones fueron como algo liberador porque nos permitió expresar cosas que teníamos guardadas desde hace rato”, cuenta Josefina* sobre las actividades de salud mental en la escuela La Herradura, “Sin embargo, sabemos que este alivio fue algo momentáneo.  No sabemos en qué momento nos veremos expuestos a este tipo de hechos que no nos dejan vivir tranquilos”, concluye. 
 

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