El valor de seguir: la violencia contra los migrantes en México

Un migrante hondureño observa el mapa de México. Muchos de los jóvenes migrantes no son conscientes de la distancia geográfica y del climatología extrema que les espera en el camino hacia la frontera estadounidense. Marzo 2017.Marta Soszynska/MSF

72 seres humanos. 58 hombres y 14 mujeres. Secuestrados y asesinados en la ciudad de San Fernando, al noreste de México, hace ocho años entre el 22 y el 23 de agosto de 2010. Con un tiro en la nuca sus cuerpos fueron abandonados en un rancho. Migrantes. En ruta hacia los Estados Unidos.

La masacre de San Fernando, en una ciudad en el Estado de Tamaulipas, es conocida porque los cuerpos fueron descubiertos por la Marina antes de que los agresores pudieran enterrarlos. Esto evidenció de forma pública la extrema violencia, abuso y maltrato sufrido por la población migrante en México.

“Es una violencia que no ha dejado de reproducirse, los migrantes y refugiados que asistimos en México, están sometidos a constantes amenazas y riesgos en la ruta. Han sido víctimas de secuestros, extorsiones, robos, amenazas, agresiones físicas y abusos sexuales. Una parte importante del trabajo de Médicos Sin Fronteras (MSF) con esta población consiste en tratar los problemas de salud mental y física a consecuencia de la violencia sufrida tanto en territorio mexicano como en sus países de origen”, explica María Hernández Matas, coordinadora del proyecto de migración de MSF en este país.

«A los que no tenían dinero los mataban»

Una muestra de la persistencia de esta violencia es el siguiente testimonio de un paciente hondureño de 22 años, recogido por los equipos de MSF hace pocos meses, en el albergue de Coatzacoalcos en donde trabajamos.

“Hace como cuatro años en la frontera de Nuevo Laredo, Tamaulipas, me secuestraron y me llevaron para San Fernando. Había muchas personas secuestradas ahí conmigo. Nos tenían amarrados y vendados los ojos. Nos golpeaban. Nos pidieron el número de teléfono de nuestros familiares en Honduras y en los Estados Unidos para pedirles 3000 dólares de rescate. A los que no tenían dinero los mataban. Había algunos que pagaban el rescate y aun así los mantenían secuestrados para seguir pidiendo más dinero.

Tenía miedo. Pensaba que me iban a matar. Les decía que no tenía dinero, que era de una familia pobre. Me dijeron que si mi familia no tenía dinero entonces me iban a matar. Lloraba. Les pedía que me liberaran. Veía como golpeaban a la gente, a las mujeres las violaban.

De Nuevo Laredo nos llevaron en un carro a San Fernando. Fue una pesadilla. No nos daban de comer, sólo nos daban agua. Estuvimos cerca de dos meses secuestrados. Un día, en la madrugada, escuché disparos tanto al interior como otros que venían de afuera.

Cuando escuché «Secretaría de la Marina» me levanté, me quité la venda y salí corriendo llorando.

No quería que me pasara lo que le pasó a mi tío en “La masacre de los 72”, fue una de las personas que asesinaron en San Fernando. Me encontré con un oficial de la Marina, me pidió que me detuviera. Le dije que estaba secuestrado y que era de Honduras.

Ahora voy nuevamente hacia el Norte porque desgraciadamente ya no puedo vivir en mi país. Los motivos por los que tengo de salir de Honduras son debido al Gobierno y las pandillas. No hay trabajo y encima te cobran un impuesto de guerra. Ahorita ha sido muy difícil la venida, me he vuelto a encontrar con el pasado también. Otra vez me secuestraron en Coatzacoalcos. Ahorita me siento bien porque platiqué con psicólogas de Médicos Sin Fronteras en la Casa del Migrante, realmente tenía miedo de continuar, pero encontrarme con las muchachas de Médicos Sin Fronteras me dio el valor para seguir”.

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