Huyeron de Honduras para encontrar más violencia en la frontera sur de México

Desde febrero de 2022, un equipo móvil de nuestra organización comenzó a brindar atención médica, de salud mental, servicios sociales y promoción de la salud en el municipio de Palenque, Chiapas, una pequeña comunidad anclada en la selva maya del sureste de México, donde las bandas criminales y los operativos policiales tienen en su punto de mira a la comunidad migrante.Yesika Ocampo/MSF.

Oficiales de entidades mexicanas y grupos criminales persiguen y abusan de las personas que migran por esta región del país. Dos pacientes de Honduras nos cuentan la odisea que han vivido.

En la frontera sur de México son continuas la persecución y la criminalización de las personas migrantes por parte de las autoridades mexicanas. El aumento de controles de verificación migratoria y las redadas dificultan el acceso de esta población a los servicios de salud y la exponen aún más a las bandas criminales, que han encontrado un negocio en su peregrinar y la utilizan como moneda de cambio. Así, los asaltos, secuestros, extorsiones y agresiones sexuales hacia las personas migrantes son eventos cotidianos en el sur de México, otra cara de la violencia en las fronteras del país.

Desde el mes de febrero de este año, un equipo móvil de nuestra organización comenzó a brindar atención médica, de salud mental, servicios sociales y promoción de la salud en el municipio de Palenque, Chiapas. En esta pequeña comunidad anclada en la selva maya del sureste de México, las bandas criminales y los operativos policiales tienen en su punto de mira a la comunidad migrante.

Ante la falta de servicios médicos y el incremento de casos de violencia en la zona, nuestro equipo comenzó a ofrecer también estos servicios en las comunidades e Chancalá, Zapote, Santuario y Salto de Agua, ubicadas en las inmediaciones de Palenque.

En las consultas médicas, de salud mental o trabajo social son recurrentes los relatos de hombres, mujeres y menores que son despojados de sus pocas pertenencias, obligados en ocasiones a quitarse la ropa, o son agredidos física y sexualmente. Así lo relatan Irvin y Axel, dos personas de nacionalidad hondureña que lograron escapar de la violencia de las maras que desde décadas controlan Honduras, solo para encontrarse con más violencia en su entrada a México.

Pacientes de Honduras y Guatemala en México

Irvin, Comayagua, Honduras. 21 años:

«Salí de Honduras para buscar una vida mejor, no quiero seguir viviendo en la miseria, quiero salir adelante y eso es todo. Esta es la segunda vez que intento salir. La primera vez me fue mejor porque me fui siendo menor de edad. Estuve viviendo en Long Beach, California, Estados Unidos. Allá estaba estudiando, vivía con una hermana. Estaba tratando de arreglar mis papeles, pero una tía en Honduras que era quien me mandaba la documentación, falleció y no pude cumplir con todos los requisitos que necesitaba para seguir allá y me deportaron

Esa tía me cuidó como si fuera mi mamá. Mi mamá vive en Estados Unidos, pero no la conozco, no he convivido con ella desde que falleció mi papá. Ella tenía problemas con los mareros (pandilleros) por eso se fue y nos abandonó. Yo soy de San Pedro Sula, norte de Honduras, pero mi tía se dio cuenta que estaba creciendo en medio de pandillas y me llevó a vivir a Comayagua. Ahora pienso que, si me hubiera quedado en San Pedro, lo más probable es que me hubiera metido con las maras, porque allá no hay muchas opciones. 

Cuando regresé a Honduras después de que me deportaron encontré lo mismo. No hay trabajo, sólo trabaja el que “tiene cuello” (influencias), como se dice allá. Yo era agricultor, me dedicaba a sembrar maíz y fríjoles, pero lo que ganas en un día de trabajo te lo comes en unos minutos. La pandemia también nos afectó mucho.

Tengo 20 días en México. Esta vez el viaje ha sido más duro. Cuando salimos de Tenosique, Tabasco, rumbo a Palenque, tres hombres nos asaltaron. Nos iban a secuestrar, nos quitaron el dinero y nos desnudaron. Pusieron nuestras maletas aparte, nos tumbaron en el piso y nos apuntaron con armas de fuego. Veníamos en un grupo de seis, cinco guatemaltecos y yo. Gracias a Dios no venían mujeres con nosotros porque seguramente nos hubieran hecho algo más. Llamaron a su patrón y le preguntaron si nos iban a levantar (secuestrar). El patrón les dijo que no, que nos dejaran ir, pero nos quitaron todo, dinero y teléfonos celulares. A los compas que venían conmigo, les llamaron a sus familiares para pedirles dinero para que nos dejaran ir.

Fue mi error, me confié. Otros compañeros me habían recomendado no salir del albergue, no ir con los guatemaltecos. Ellos contactaron a unas personas a las que les habían pagado para que les ayudaran a subir y me pareció fácil unirme. Pero enseguida el guía empezó a actuar sospechoso y decidimos seguir por nuestra cuenta. Pienso que fue ahí cuando “nos pusieron el dedo” (nos señalaron)». 

A veces tengo miedo, a veces me desanimo, pero tengo que seguir, subir y bajar, andar escondiéndome de las bandas y de (los oficiales de) Migración, porque mi meta es volver a llegar a Estados Unidos, juntar dinero para regresar y hacer una vida en mi país. Mi plan nunca ha sido quedarme en Estados Unidos. Quiero hacer dinero para terminar mi casa y hacer un negocio en Honduras. Tener una familia y una vida tranquila. No me gusta Estados Unidos, no me quiero quedar allá.

Axel, Francisco Morazán, Honduras, 27 años:

«Hace 10 días que salí de Honduras por las pandillas. Las maras me dijeron que si yo no trabajaba con ellos me iban a matar o le iban a hacer daño a mi familia, y por eso decidí venirme para acá. Tuve que salir en la noche porque ellos tenían vigilada mi casa. Habían salido algunos de “los grandes” (líderes) de la cárcel y querían que me metiera en la pandilla. Llegaban a la casa a decirme que trabajara con ellos o si no me iban a matar.

Soy barbero, cortaba el pelo. Al principio, llegaban a la barbería a que les cortara el pelo, pero un día me mandaron llamar y me pidieron que trabajara con ellos, como no quise, tuve que venirme para acá.

Dejé a mi papá, a mi mujer y a mi hija de cinco años.  Moví a mi hija y a mi esposa para otro pueblo para que no les pasara nada. Me siento muy triste por haberlas dejado. Antes de venir más o menos sabía cosas de la ruta, sabía que era un camino difícil, con riesgos. No ha sido fácil el viaje. 

Entré a México por La Técnica, avanzamos y antes de llegar a Palenque nos corretearon unas personas que se esconden en la selva y piensan que nosotros traemos dinero. A mí el dinero se me terminó allá abajo y he venido así, sin nada.

También he librado varias persecuciones de las autoridades. Hace unos días, como teníamos hambre, agarramos un garrobo (especie de iguana). Lo preparamos con limón y sal. Hicimos una fogata y nos metimos a bañar al río. Estábamos esperando a que se terminara de cocinar cuando de repente llegó Migración. Nos tiramos para el otro lado del río y nos subimos por unos cerros. Tuvimos que dejar las mochilas con los teléfonos y todo lo que traíamos. Se lo llevaron todo, algunos quedamos descalzos, otros en chancletas. Cuando agarramos camino otra vez, vimos que habían tirado todas nuestras cosas, menos los teléfonos. Hace rato agarraron a los que venían conmigo, ahora ando solo.

Cuando llegué a México estuve tres días enfermo en la selva de Tabasco. Tenía escalofríos, dolor de cabeza, fiebre e infección en la garganta, creo que por el agua y el clima.

Gracias a Dios me siento mejor. Me atendió el equipo de Médicos Sin Fronteras en Chancalá sin cobrarme un peso. Quiero pedir un permiso y vivir aquí en México y, si tengo suerte, traer a mi familia porque a mi país ya no puedo regresar.  No me veo en Estados Unidos, tengo miedo de seguir para arriba. La frontera norte está más peligrosa, allá están los carteles grandes de la droga.

Me siento muy triste, solo Dios sabe lo que va a hacer. A veces uno dispone, pero Dios es el que tiene la última palabra. Quisiera tener un lugar en donde estar. Tengo mi máquina para cortar el pelo y quedaron de conseguirme un trabajo cuando llegué a Palenque. Sé que con mi trabajo me defiendo, pero necesito un techo. No se puede trabajar y dormir en la calle, porque te arriesgas a que te levanten, el crimen o Migración.

Espero tener un futuro mejor para mí y mi familia y que nos abran las puertas y quedarnos a vivir aquí. Quisiera regularizar mi situación, a ver qué pasa. La trabajadora social de MSF me dijo que eso se hace en Palenque, ahí hay una oficina de COMAR, está a unas horas caminando, pero está muy difícil llegar allá sin encontrar retenes. Pienso seguir caminando por los montes y jugar al gato y al ratón».
 

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