«Deseamos desesperadamente reunirnos»: un testimonio de las continuas devoluciones forzadas en la frontera lituana

Vista general de las áreas boscosas fronterizas entre Lituania y Bielorrusia. El miedo a ser detectadas y rechazadas lleva a muchas personas a intentar cruzar a Lituania a través de zonas aisladas sin acceso a las necesidades básicas ni a la ayuda médica. Cortesía de Sienos Grupė, Lituania.

Solicitantes de asilo y migrantes, incluidas familias con niñas y niños pequeños, están siendo sometidos a repetidas devoluciones forzadas en las fronteras entre Lituania y Bielorrusia. Denunciamos el impacto médico-humanitario que estas políticas migratorias inhumanas están teniendo en la salud física y mental de las personas.

Son numerosos los casos en los que las autoridades lituanas han devuelto por la fuerza a migrantes y refugiados a Bielorrusia, lo que supone la violación de sus derechos. El Servicio Estatal de Guardia de Fronteras de Lituania afirma públicamente haber llevado a cabo miles de expulsiones en la frontera desde principios de año. 

«Es inaceptable que el Gobierno lituano intente normalizar este maltrato y la negación de derechos como parte de su respuesta al movimiento de personas desesperadas que han huido en busca de seguridad y una vida mejor», afirma Georgina Brown, nuestra coordinadora en Lituania. «Las personas que se desplazan en Lituania tienen derecho a un trato digno y humano, incluida la seguridad y la protección internacional. Y, sin embargo, sabemos que a muchas de ellas se les niega todo esto y, en cambio, se encuentran varadas, aisladas y maltratadas», añade.

Estas continuas devoluciones agravan la angustia y el trauma que sufren migrantes y solicitantes de asilo en las fronteras de la Unión Europea.

«Las personas que ya se enfrentaron a varios traumas, como la violencia sexual y la tortura en sus países de origen, se enfrentan ahora al nuevo trauma de las devoluciones violentas. Se sienten como si fueran cazadas y perseguidas a través de la frontera una y otra vez. Esto les provoca una sensación de deshumanización y un nivel de estrés y ansiedad aún mayor», explica Heidi Berg, psicóloga de nuestro equipo en Lituania.

El miedo a ser detectadas y rechazadas también lleva a estas personas a intentar cruzar a Lituania a través de zonas aisladas sin acceso a las necesidades básicas ni a la ayuda médica. Nuestros equipos médicos han atendido a personas por afecciones de la piel y de las extremidades inferiores tras recorrer largas distancias a través de bosques y pantanos, así como a familias y personas agotadas que han dormido al raso, expuestas a los elementos, a menudo sin ropa ni calzado adecuados.    

También, hemos atendido pacientes que habían contraído problemas gastrointestinales tras verse obligados a comer bayas y plantas y que han enfermado por beber agua de los pantanos a causa del hambre, la sed y la desesperación.

Las hostiles políticas migratorias de Lituania son un ejemplo más de un Estado miembro de la UE que crea deliberadamente condiciones inseguras para las personas que buscan asilo en sus fronteras. La falta de rutas legales y seguras hacen que estas personas no tengan otra opción que seguir emprendiendo viajes desesperados hacia donde crean que pueden buscar protección internacional, seguridad y un futuro mejor, sin importar el riesgo o la falta de acogida a la que se enfrentarán. El Gobierno lituano debe dejar de alinearse con este tipo de respuestas violentas y abusivas.

Abrigo y objetos abandonados por personas migrantes en movimiento en la frontera entre Lituania y Bielorrusia

Un duro relato

Una de nuestra pacientes nos narra la experiencia de su familia al ser devuelta una y otra vez por las autoridades entre Lituania y Bielorrusia durante 30 días:

“Los guardias fronterizos bielorrusos nos obligaron a entrar en Lituania. Les dijimos ‘no queremos ir más’, pero vinieron totalmente equipados y armados y nos intimidaron. Llevaban la cara cubierta. Nos metieron en coches y condujeron durante dos o tres horas cerca de la frontera con Lituania. 

No nos dieron nada de comer a menos que lo pidiéramos, solo tostadas que estaban tan secas como un trozo de madera. Cuando llegamos a la frontera, cortaron el alambre de espino de la valla con una herramienta y cruzamos al territorio lituano. 

Los guardias bielorrusos se aseguraron de que entrábamos en Lituania hasta que hubiéramos recorrido cierta distancia, y luego se fueron.

Nos metieron en zonas donde hay cámaras de videovigilancia. Saludamos a las cámaras porque sabíamos que nos estarían viendo. Los guardias nos vieron en las pantallas y aparecieron en menos de tres minutos.  

Nos hicieron fotos con nuestros pasaportes y luego los confiscaron junto con nuestros teléfonos móviles. Nos metieron en un coche y nos llevaron de vuelta al paso fronterizo. Nos dieron algo de comida y agua y nos devolvieron los pasaportes y el teléfono móvil. Luego abrieron la puerta (el paso fronterizo oficial) y nos dejaron volver a pie a Bielorrusia. 

Conseguimos llegar a Minsk. En el segundo intento, tomamos una ruta hacia Polonia, pero nos atraparon los guardias fronterizos y nos golpearon de forma muy violenta. Mi hijo de 19 años fue agredido físicamente. Incluso mi marido, que tiene más de 50 años, recibió patadas y puñetazos.

Pasamos 30 días en el bosque en este bucle, yendo y viniendo, adelante y atrás. Hay mucha gente en el bosque, a ambos lados de la frontera. Algunas zonas boscosas son muy oscuras. Una vez oímos a gente cerca, era una familia kurda con niños que susurraban porque estaban muy asustados. Estaban en muy malas condiciones y no tenían ni cargadores para el móvil. Les ayudamos dándoles algo de comida y cargando sus teléfonos. 

Durante esos 30 días, no nos establecimos en un solo lugar. Fuimos adelante y atrás unas diez veces entre Bielorrusia y Lituania. Los guardias no paraban de trasladarnos de un lado a otro, de acá para allá. Cuando nos capturaban, nos daban algo de comida en lata que estaba caducada y seca. Y aun así, ni siquiera podía comerla, la guardaba para mis hijos. Luego nos metían en coches y nos llevaban de vuelta a la frontera. Era como el gato y ratón. Estaba traumatizada y solo deseaba ir a cualquier lugar donde encontrara refugio para poner fin a nuestro sufrimiento.

Una de las veces que nos empujaron de vuelta a Bielorrusia estábamos destrozados, llovía mucho, no podíamos seguir avanzando, no teníamos más energía, así que nos quedamos allí mismo. Encendimos un fuego y dormimos hasta la mañana siguiente. Mi marido pedía desesperadamente ayuda por todas partes, estábamos en unas condiciones lamentables.

Estábamos todos juntos, pero en nuestro último intento de cruzar, tuvimos que dividir a nuestra familia. Cuatro de mis hijos encontramos un taxi y yo le pedimos al conductor que nos denunciara a los guardias fronterizos porque mi hija necesitaba ayuda médica. Mi marido y dos de mis otros hijos, una niña de diez años y un niño de doce, se quedaron en el bosque, donde estuvieron varados durante una semana hasta que consiguieron regresar a Bielorrusia. 

Al día siguiente, dos personas [de una ONG] hablaron con nosotros y nos enviaron a un campamento en Lituania. Al principio nos pusieron en una zona que parecía una prisión con vallas altas y alambre de espino. Luego nos trasladaron a un lugar más grande con más espacio para caminar, pero seguimos sin poder salir del campo.  

Ha sido muy traumático. 

No esperábamos que nos pasara nada de esto, queríamos protección. Pero hemos sufrido un viaje horrible y ahora mi familia está dividida. La mitad está en Bielorrusia: mi marido, una hija de diez años y un niño de doce. Mis otros hijos están aquí conmigo. Estoy destrozada, no puedo soportar estar separada de mis hijos. Nos conectamos por teléfono todos los días y mi hija llora, los dos lloramos, y deseamos desesperadamente reunirnos.

La gente está dividida entre Bielorrusia y Lituania. Cuando tuvimos nuestra entrevista con el departamento de migración lituano, el funcionario me preguntó si quería añadir algo. Les pedí que ayudaran a la gente del bosque«.

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