Salud mental en Etiopía: los desafíos de brindar tratamiento a los refugiados eritreos

Afu, de 49 años, y su hijo Ephraim, de 17 años, en el campo de refugiados en la zona de Tigray, al norte de Etiopía.Gabriele François Casini/MSF

Cada mes aproximadamente 5.000 personas huyen de Eritrea para escapar del régimen opresivo en su país. Su gran mayoría son adolescentes que buscan evitar el servicio militar obligatorio e indefinido, se van para encontrar un futuro digno. El campo de refugiados al norte de Etiopía, donde brindamos atención en salud mental, recibe a muchos de ellos.

Ephraim: “Estaba claro que no tenía un futuro”

Ephraim está en una de las pequeñas salas de consulta del centro de salud mental de MSF en el campo de refugiados de Hitsats, en el norte de Etiopía. El clima árido y cálido que caracteriza a esta zona semidesértica dio paso a la temporada de lluvias, que es más fría. Se escucha una tormenta tropical enfurecida y el sonido del agua que cae sobre el techo metálico de la estructura es ensordecedor. Aunque es difícil de escucharlo por la lluvia, su voz es firme y sus ojos muestran su claridad y determinación. El que sea capaz de contar su historia en detalle mientras permanece emocionalmente estable, es un paso importante en su proceso terapéutico.

«Cursaba el noveno grado y sabía que tenía que hacer el servicio militar pronto. Para algunas personas nunca termina y mientras estás en el ejército no te pagan casi nada”, relata. «Para mí, estaba claro que no tenía un futuro, o al menos no uno en el que pudiera elegir libremente qué hacer y qué ser, un futuro en el que podría mantener a mi familia. Así que decidí irme, como muchos otros eritreos», agrega. Ahora, mientras comparte su historia, es un joven de 17 años, pero era sólo un niño de 14 cuando salió por primera vez de Eritrea.

Cada mes, aproximadamente 5.000 personas huyen de Eritrea y muchos de ellos son adolescentes, al igual que Ephraim. El servicio militar obligatorio e indefinido impuesto a todos los eritreos por un régimen opresivo que los priva de sus derechos humanos básicos, es un importante factor para quienes huyen del país. Para quienes se quedan, su «elección» conlleva un precio: se sabe que la detención arbitraria, la violencia y la intimidación se usan contra quienes no se ajustan al sistema.

No obstante, Ephraim también sufrió de abuso y detención, tanto en Eritrea como en su búsqueda de una mejor vida. En un momento de su viaje, quedó atrapado en Sudán mientras intentaba llegar a Libia. Con muy poca comida y agua, la travesía de 13 días por el desierto casi lo mata. Además, fue golpeado y encarcelado durante varias semanas antes de ser enviado de regreso a Eritrea, donde fue encarcelado nuevamente.

«La prisión en Eritrea era como un agujero en el suelo, sin ventanas ni luces.»

«Había más de 80 personas en el cuarto conmigo. No teníamos espacio suficiente para recostarnos, así que pasábamos cada noche sentados y tomábamos turnos para dormir”, menciona.  Su madre logró que lo liberaran y Ephraim intentó abandonar el país nuevamente. «Los soldados me atraparon en la frontera, me golpearon cruelmente y me enviaron a prisión. Las heridas por los golpes empeoraban. Empecé a toser y no podía dormir porque el suelo era demasiado duro y el dolor era demasiado. No recibí ninguna ayuda médica hasta que las cosas se pusieron bastante mal. En ese momento me enviaron al hospital. Fui tratado y enviado de vuelta a la prisión”, admite. Finalmente, en su tercer intento, Efraín logró llegar a los campos de refugiados en el norte de Etiopía.

Una historia que se repite

A pesar de sus extremos desafíos, su historia no es única. Muchos otros eritreos pasaron situaciones similares. Aunque es claro que experiencias como éstas puedan causar problemas físicos, las consecuencias de salud mental son mucho más complejas de identificar y tratar, y su impacto puede ser devastador. En un esfuerzo por ofrecer a los refugiados de Eritrea una atención médica integral, en 2015 MSF comenzó un proyecto de salud mental para las poblaciones de los campos de refugiados de Hitsats y Shimelba.  Con alrededor de 2.300 nuevas llegadas al mes, los campos de refugiados en el norte de Etiopía son uno de los primeros destinos para los eritreos que abandonan su país.

Robel Araya, supervisor de salud mental de MSF en el campo de Hitsats, está muy familiarizado con la situación a la que se enfrentan los refugiados eritreos. “La mayoría de las personas que vemos en los campos vivieron experiencias traumáticas. Abandonar Eritrea es peligroso y algunos lo intentan varias veces antes de tener éxito. Muchos desarrollan depresión, ansiedad y trastorno de estrés postraumático que se relacionan con la tortura, la violencia y el abuso. Estas condiciones tienen un efecto muy negativo en sus vidas. Nuestros servicios de salud mental pueden ayudarlos a recuperarse», menciona.

MSF ofrece asesoramiento, atención psiquiátrica para pacientes internados y ambulatorios y una amplia gama de actividades terapéuticas, además de discusiones terapéuticas y psicoeducación, donde los pacientes pueden discutir sobre lo que están viviendo y recibir información detallada sobre sus condiciones y cómo superarlas. El darse cuenta de que otras personas están experimentando problemas similares los ayuda a sentirse menos aislados.

«Alrededor del 40% de la población del campo es menor de 18 años.»

Como es el caso en la mayoría de los entornos humanitarios, los niños son uno de los grupos más vulnerables. «La mitad de ellos viajan solos o fueron separados de sus familias. Su situación es muy delicada. Regularmente sufren de ansiedad por la separación y en algunos casos tuvieron experiencias sexuales tempranas difíciles y confusas. Por lo cual, aquí tenemos actividades diseñadas específicamente para ellos, como sesiones de deporte, dibujo y teatro, así como asesoramiento especializado», dice Robel Araya.

La población en los campos es transitoria

Se estima que dentro de los primeros 12 meses posteriores a su llegada a los campos de refugiados etíopes, aproximadamente el 80% de los refugiados eritreos seguirá su camino a través de Sudán para ir hacia Libia y continuar por la ruta del Mediterráneo Central. Las duras condiciones de vida en los campamentos, la falta de perspectivas a futuro, el deseo de reunirse con familiares en otros países y el que la mayoría son jóvenes, parecen contribuir en gran medida a estos movimientos secundarios.

Nuestras actividades de alcance dentro de la comunidad deben ser constantes porque la población siempre está cambiando. Los pocos que se quedan a largo plazo lo hacen porque no tienen dinero para realizar futuros movimientos. También vemos personas que intentaron irse pero que fueron atrapadas en Sudán o Libia, donde vieron y experimentado cosas horribles, y fueron enviadas de vuelta a Etiopía aún más traumatizadas que antes», dice Robel.

Uno de los retos principales es convencer a las personas de buscar ayuda

El miedo a ser etiquetado como «débil» o «loco» por la comunidad impide que muchos la busquen. «Cuando llegamos, teníamos muchas dificultades para hablar sobre la salud mental con los refugiados. Así que decidimos contratar trabajadores comunitarios de salud mental (CMHW, por sus siglas en inglés) que forman parte de la comunidad de refugiados para proporcionar, de puerta en puerta, una sensibilización culturalmente apropiada, educación y desestigmatización de la salud mental», menciona.

Diariamente los CMHW van de refugio en refugio para explicar a detalle cómo se manifiestan los problemas de salud mental, qué tratamiento está disponible y por qué es importante buscar ayuda. Estas sesiones regularmente involucran a una familia entera a la vez, y se realizan en su lengua materna. “Ahora tenemos a un equipo muy motivado de 26 trabajadores. Un punto a favor es que muchos de ellos solían ser nuestros pacientes y experimentaron personalmente los beneficios del asesoramiento y el tratamiento. Al ser eritreos, saben cómo abordar adecuadamente el tema con el resto de la población del campo. Su compromiso nace de su deseo por ayudar a su comunidad», explica Robel Araya.

Simon: “Estar acá vale la pena”

Simon es uno de los trabajadores comunitarios de salud mental de MSF en el campo. Al igual que otros miembros del equipo, es un refugiado eritreo y un ex paciente. “Cuando llegué al campo por primera vez, no la estaba pasando bien. Constantemente revivía todas las cosas que experimenté cuando intentaba cruzar la frontera y mientras estaba en la cárcel: los tiroteos, la tortura y el abuso. El asesoramiento realmente me ayudó a recuperar mi vida y me di cuenta de que es algo con lo que podría ayudar a otras personas», menciona. “Ser trabajador social en el programa de salud mental de MSF en el campo de Hitsats es lo único que me dio estabilidad y motivación. Tener un propósito me ayudó a no pensar mucho en emprender futuros movimientos y el hecho de que extraño a mi familia, mis amigos y mi hogar. Muchas personas aquí sufren de trauma y problemas de salud mental. Cuando veo que también están mejorando por el apoyo que les brindo a través de mi trabajo, siento que estar acá vale la pena. Incluso si no pude convertirme en un enfermero como lo soñaba cuando estaba en Eritrea, aún puedo ayudar a la gente y esto me hace muy feliz «, afirma con orgullo Simon.

(El nombre de Simón fue cambiado a petición del entrevistado para proteger su identidad).

Suscribite al Newsletter
Esta web usa cookies propias y de terceros para ofrecerte una mejor experiencia. Al navegarla aceptás su uso. Podés cambiar esta configuración en cualquier momento.